Las poliamorosas

 

 

Las poliamorosas ríen

porque les cosquillea

el placer en el cuello

y en el sexo

 

Las poliamorosas no buscan,

se encuentran y se viven,

se enredan, se besan, se miran,

se hurgan las vaginas y estallan.

Son plenas porque no se poseen, se dan.

 

Las poliamorosas esperan, siempre esperan,

porque el amor es distinto cada vez.

No tienen sosiego,

nunca se detienen, no se sacian,

no se quieren saciar,

la amorosidad es su única certeza,

no saben qué se les depara,

pero piden que los labios cómplices

se multipliquen.

 

Las poliamorosas tienen

la mirada húmeda y luminosa

porque les gusta colmarse los ojos

de luna llena

 

Las poliamorosas nada exigen

porque todo quieren y lo toman.

Se beben el amor sencillo,

se embriagan, se besan en el cuello,

en el sexo y se ríen,

porque les cosquillea el desparpajo,

que no se parece nada

a la mítica la felicidad.

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Disidentes sexuales en la literatura

 

Disidencias sexogenéricas en la literatura

 

Ma. Elena Olivera Córdova

 

Cuando comencé a investigar en torno a lo que yo suponía era la narrativa lésbica, me encontré con varios problemas, el más inmediato fue definir un concepto de literatura lésbica. En ese momento decidí considerar como tal toda la que hablara del amor entre mujeres de manera central.

 

Con el paso del tiempo y al encontrar más información, pero sobre todo más informantes, me di cuenta de grandes diferencias entre los textos: unos eran creaciones de escritores, otros de escritoras, en muchos no se menciona la palabra lesbiana, ni siquiera homosexual y tampoco se le da el nombre de amor a esa relación;  aunque la construcción de las personajas es variada, frecuentemente se les asocia a la prostitución y a la promiscuidad, con el consabido sentido negativo que este concepto tiene especialmente cuando es practicada por las mujeres. Pocas de las narraciones han configurado una identidad positiva para las homosexuales.

 

Por otra parte, si bien mi intención era estudiar las obras cuyo eje central fueran las relaciones amorosas entre mujeres, la construcción de dichas personajas se remonta a los primeros años del siglo XX, en novelas que ha sido necesario considerar, en ellas estas personajas representaban papeles circunstanciales, y aunque desde entonces el sesgo era negativo, escribir novelas, y con más razón novelas lesbianas o lesboeróticas, es un gesto político, dice Sheila Jeffreys en su libro La herejía lesbiana. La presentación de las homosexuales como “fracasadas, malditas, desesperadas y sadomasoquistas, es una elección política”, [Jeffreys 1996: 188] elección que significa, en todo caso, no sólo la falta de una posición crítica frente al opresor sino la reproducción de valores del dominio heteropatriarcal. Paradójicamente estos textos surgieron como una trasgresión a la moral y a la literatura del momento. Esto último sí parecían compartirlo todas las propuestas narrativas de homosexualidad femenina, la trasngresión social por medio de la presentación de una forma erótica prohibida

 

A fin de cuentas, como dijimos, la literatura no puede dejar de ser política por más asepsia y objetividad que se le pretenda dar. Cabe preguntarnos entonces si realmente toda transgresión ha sido reivindicadora de la representación de la erótica entre mujeres. No, no en balde la primera personaja surge en el ámbito prostibulario, porque el erotismo entre mujeres se ha considerado tradicionalmente un acto de provocación sexual al servicio masculino. Quizá por ello a dichas mujeres se les despoja de la capacidad de amarse entre sí, ese  sentimiento entre ellas podría ser cualquier otra cosa, enfermedad o locura, pero no amor.

 

En el transcurso del tiempo las narraciones eróticas o amorosas entre mujeres han tomado distintas tonalidades, y no es necesaria mucha perspicacia para darse cuenta de su relación con los sucesos político-sociales del país, especialmente con el surgimiento de las organizaciones de mujeres, el movimiento feminista y el homosexual, que se fueron conformando como grupos de disidentes del sistema heteropatriarcal.

 

El sustantivo disidente se empleó a partir del siglo XVIII para designar al que profesaba una religión distinta a la oficial, y desde mediados del siglo XIX se emplea también para designar a los opositores de la ideología dominante.

 

En la concentración convocada por “La otra campaña”, el 3 de mayo de 2006, los y las disidentes sexogénericas adheridos a la sexta declaración de la Selva Lacandona se autodefinieron así:

 

Somos personas que nacieron con genitales masculinos o femeninos, como el resto del mundo; que fuimos educades bajo el sistema patriarcal dominante […] en algún momento  de nuestras vidas nosotros y nosotras decidimos que la sexualidad no tenía por qué ser un asunto meramente de apareo entre un macho y una hembra; que también podía ser un asunto lúdico, de placer e incluso de incidencia política, y que además podíamos elegir con quién compartir ese ejercicio sexual politizado. Así que disentimos de la heterosexualidad obligatoria; es decir, decidimos que nuestra sexualidad podíamos ejercerla con la persona del sexo a nuestra elección. Así, algunas somos lesbianas, otros homosexuales y algunes más, bisexuales.

 

Hubo algunes otros y otras que decidieron, que la construcción de hombre o mujer que les había sido impuesta tampoco les satisfacía; se rebelaron contra la biología como destino y de esta manera comenzaron a trastocar los papeles, a experimentar, a construirse de otra forma y aquél que –según la norma patriarcal– debía usar pantalones, comenzó a pintar sus labios y utilizar medias; y aquella  que debía portar faldas y elegir trabajos de servicio, endureció sus músculos y comenzó a portar pantalones. Construcciones distintas en constante transformación: transexuales, travestis, transgénero.

 

También ocurrió que algunos y algunas decidieron que la monogamia no era obligatoria, que podían hacer acuerdos erótico-afectivos con quienes y en la cantidad que eligieran: poliamorosos. Así, lesbianas, homosexuales, bisexuales, trans, poliamorosos y heterosexuales  que se plantean dentro de la disidencia sexogenérica, se proponen cuestionar la heterosexualidad obligatoria y del género irremediablemente atado al destino biológico y, a un mismo tiempo, conjuntar la reivindicación gozosa de lo sexoafectivo con la oposición firme al uso-abuso patriarcal del otro o de la otra, y la lucha abierta contra las formas de sometimiento en lo sexual y de género y contra cualquier otra forma de dominación […].[1]

 

El texto apunta que la disidencia sexogenérica ha retomado los planteamientos feministas sobre la decisión sobre el cuerpo propio, el derecho al placer, el derecho a la libertad sexual, lo que se opone a las industrias que sustentan la clasificación y venta de los cuerpos femeninos y masculinos, también refiere el peligro que significa esta disidencia para quienes pretenden perpetuar la dominación patriarcal, el neoliberalismo y el sistema capitalista.

 

La palabra lesbiana se asumió como una necesidad de autoposicionarse frente al poder, pero también frente a un movimiento feminista que ha dejado constantemente de lado las demandas de las homosexuales y un movimiento homosexual de varones que tampoco advierte la especificidad de las lesbianas, muchas de las cuales, sin dejar de reconocer los apoyos de ambos movimientos se han constituido como lesbianas feministas. Así pues, hubo que diferenciar también entre lesboerotismo y lesbianismo en la literatura, considerando como narrativa, o secuencia lesboerótica, cualquiera que trate de las relaciones erótico-amorosas entre mujeres y  como narrativa lésbica la que no pretende reproducir una erótica entre mujeres de corte masculino, y en cambio construye identidades positivas, disidentes del sistema heteropatriarcal.

 

Esta es la razón para hablar aquí de disidencia sexogenérica, específicamente lésbica, en la literatura. Si bien mi trabajo pretende abarcar ambas posibilidades, como un contraste que nos hace evidentes los orígenes y el transcurso histórico, así como tendencias de reproducción heteropatriarcal o de su cuestionamiento, en este trabajo sólo me refiero a una de las categorías por medio de las cuales analizaré las configuraciones de las personajas y de las y los escritores: la disidencia. Otras categorías no opositoras al sistema serían la proscripción y el antiseparatismo.

 

Teniendo como antecedentes inmediatos el resurgimiento de la revolución sexual en los años sesenta, la segunda ola del feminismo y la creación de los movimientos homosexual y lésbico, Beatriz Espejo crea en 1979 la primera personaja homosexual disidente: Lucero protagonista de “Las dulces” de su libro de cuentos Muros de Azogue. La escritora logra contrapuntear en el cuento sin violencias el “tradicionalismo de solterona católica” de Lucero con el interés amoroso que le despierta Pepa; la desdicha y soledad del inicio del texto, con la inusitada alegría y amabilidad que le provoca el haber caído en cuenta de lo que ni siquiera sospechaba: su capacidad de amar a las mujeres. La elección está hecha, y su nueva actitud confronta el tradicionalismo, el patriarcal y católico que ofrece para quien “Dios no guió rumbo al camino del matrimonio […] el casto camino del celibato respetable”, es por eso que en este cuento el final abierto da la impresión de ser el inicio de una disidencia sexual, de la adopción de una nueva postura frente a los valores dominantes. Por la forma de construir los personajes femeninos en su relación con el poder, es evidente que la perspectiva no es masculina. Sin ser necesariamente homosexual, la autora implícita avala la transformación de la protagonista y la autora real se solidariza en tanto aboga sin complicaciones por la ruptura del silencio y la visibilización positiva tanto al escribir el cuento como al publicarlo.

 

El cuento es corto y está conformado de manera muy importante por espacios vacíos que permiten al lector la construcción de la historia; por ejemplo, la palabra lesbiana no aparece en él, pero todo lector la tendrá en mente al ir reconfigurando el texto, el descubrimiento que hace Lucero es el de su identidad lesbiana. “La identidad, dice Norma Mogrovejo, es un valor que implica un posicionamiento, ‘soy’. ‘Soy lesbiana’ es la afirmación de una existencia que salió del silencio, un no a la imposición milenaria y un sí a una voz propia”. [Mogrovejo 2006] En este mismo sentido Mogrovejo define como literatura lesbiana la que da cuenta de la opresión basada en la heterosexualidad obligatoria. Si bien para ella ese acto debe ser por medio de una narración en presente a partir de una voz en primera persona: “el yo lesbiano”, la riqueza del lenguaje literario permite juegos con la voz narrativa de forma que se puede contar la historia a manera de introspección, la que entonces se configura como presente, y como si se fuera una segunda o tercera persona. Esto es: una narradora que reflexiona sobre sí misma desde fuera, lo que además, así, confirma su autoposicionamiento. Tal sería el caso de “Las dulces” cuya narración está hecha en segunda persona, como quien se recuenta la historia a sí misma, en un ejercicio de ser conciente de lo que sucedió.

 

El cuento no se inscribe ni en la radicalidad feminista, ni en la lesbiana feminista, en todo caso en la revisión introspectiva de la que acusa Zimmerman a las novelistas europeas y norteamericanas posteriores a los setenta, para quienes la solidaridad, la comunidad y la reflexión del entorno ya no eran lo principal.

 

Así como muchos grupos feministas se disolvieron, los problemas por la falta de unidad en cuanto objetivos hicieron que el movimiento lésbico se disgregara. Después de Lesbos, Yan María continuó formando grupos que buscaran una posición política radical, mientras de manera paralela surgieron de forma significativa otros grupos más sociales que contestatarios, que  incluso llegaron a tener como fin “conocer gente y conseguir pareja”. Ante el rechazo de la radicalidad lésbica y feminista, y de los problemas emocionales o de poder que se daban en los grupos, muchas homosexuales optaron por mantenerse al margen de ellos, por organizarse con fines de socialización o por adscribirse a la defensa de la diversidad sin especificidades.

 

Amora de Roffiel (1989) y Con fugitivo paso de Victoria Enríquez (1997) se constituyen como miradas nostálgicas a los ideales que dieron cohesión al movimiento feminista y al lésbico en los años setenta. La novela de Roffiel tiene como uno de sus ejes la conformación de comunidad y solidaridad entre mujeres, vigentes aún a principios de los ochenta, momento en que se desarrolla la historia literaria, como inercia del impulso de la segunda ola feminista, dice la protagonista:

 

Qué lejos esa mañana de octubre de 1977 en que oí hablar a las feministas por primera vez y me dije […] “¡Pero si yo soy feminista, y no lo sabía!” Que aturdidor gozo al descubrir que había mujeres que vivían como yo, que esperaban lo que yo, que hablaban mi mismo lenguaje […] Acudí a mi primera reunión a la casa de Marta Lamas […] Éramos catorce mujeres […] Nos sentíamos deliciosamente perversas y maravillosamente libres al comunicarnos cosas que no le diríamos a nadie más. Entonces supe que ya no estaba sola. Que había encontrado un nuevo significado de la palabra amistad.

 

Y establece un parteaguas en 1983, año en que recrea su historia, cuando recién inicia el gobierno de Miguel de la Madrid con su petendida “renovación moral de la sociedad”, en un país con una profunda crisis económica, con la mayor deuda externa del mundo, y en el que el movimiento feminista se transforma ante problemas internos y por la necesidad de una nueva adecuación a las demandas populares externas, no siempre de mujeres.

 

Año de problemas en el Grupo [cuenta la protagonista]. Sí, ni modo, el feminismo no es esa religión pura y prístina con la que me ilusioné con ver al principio. Hay luchas por el poder, rivalidades, pleitos. Pero sigue siendo mi opción de vida, sobre todo en esta época de incertidumbres […] Temas relacionados con nosotras ocupan ya un lugarcito en los medios de comunicación y hasta en algunas secretarías y sindicatos.

 

En cambio, como apunta Luis Zapata en el Prólogo, Con fugitivo paso no se basa tanto en testimonios sino en la imaginación “a veces rayana en el delirio y en una muy sana piradez”, dice. Por ejemplo, invoca y reúne con humor y desacralización personajes ficticios y reales-míticos, como Ixca Cienfuegos (personaje de La región más transparente de Carlos Fuentes), Sor Juana Inés de la Cruz, La condesa de Paredes (“… sí Juana mía, ese es el sueño! ¡Ver juntas el mar!”) y Angélica María (como emulando las historias de José Agustín) y los ubica, tras un viaje por el tiempo, en el desparpajo juvenil de los años sesenta, en los que Juana y Lysi pueden vivir un feliz episodio junto al mar (“…y la luz de ese amor es la más cierta pues ya no sabe Juana si sueña lo que siente o está despierta”); la rebeldía hace disidentes a Juana y a Lysi, aunque tengan que fugarse en el tiempo.

 

Pero sobre todo, en dos de sus cuentos, “El día en que quedaron mudas las estrellas” y “La canción de la luna sobre la barda”, parece volver la mirada a la utopía de la nación lesbiana al crear historias que hablan de un mítico matriarcado, de un poder femenino desplazado por la violencia masculina, y de la espera del momento preciso en que las guerreras, ahora perseguidas por sus intenciones subversivas, recuperarán las posiciones perdidas.

 

Enríquez es también disidente literaria, se atreve no sólo a escribir sobre lesbianas sino a publicar dos mil ejemplares de este libro con recursos propios, en Chilpancingo, Guerrero, y no en el DF, en donde se ha editado la mayor parte del material lésbico. A diferencia de sus antecesoras (Roffiel y Levi Calderón) no escribe a partir de sus fantasías o experiencias personales ni necesariamente en una época actual, como bien dice Zapata; su elaboración literaria en la que incorpora distintos caracteres de mujeres homosexuales (entre ellas travestidas o de actitudes machistas, hombres transexuales que gustan de mujeres, chichifas, etc.), sus temas y estilos van más allá de lo inmediato y confesional, lo que asemeja varios de sus textos a la creación literaria anglo-europea anterior a los noventa: más que lo individual lo colectivo y más que lo interno lo externo.

 

En México, en estos años, poca gente escribe sobre lesboerotismo y menos aún crea literatura lésbica profesionalmente, muchas activistas parecen estar más preocupadas por la academia o por la atención de organizaciones no gubernamentales; puedo mencionar, no obstante, la labor de algunas disidentes sexuales que combinan sus actividades y se dan tiempo de crear con conocimiento literario, como Artemisa Téllez (autora de Un encuentro y otros, 2005, y coordinadora de talleres literarios), Norma Mogrovejo, quien ha escrito cuentos lésbicos que se incluyen en El muro de los gentiles de aparición reciente y editado por la Universidad de la Ciudad de México; Odette Alonso quien ha hecho poesía lésbica y a quien en 2006 una editorial española le publicó el libro de cuentos lésbicos titulado Con la boca abierta, y las integrantes del grupo Patlatonalli quienes hacen un esfuerzo por publicar cuentos para niños, entre los que se encuentra Tengo una tía que no es monjita de Melissa Cardoza publicado en 2004. Ellas comienzan a constituirse como las creadoras de una nueva narrativa lésbica que espero conduzca a que más escritores y escritoras dejen los prejuicios y atavismos canónicos para aventurarse en los temas de la disidencia sexual literaria.

 

Bibliografía

 

González, Cristina. 2001. Autonomía y alianzas. El movimiento feminista en la Ciudad de México, 1976- 1986. México: PUEG-UNAM.

 

Gutiérrez Castañeda, Griselda (coord.).2002. Feminismo en México. Revisión histórico crítica del siglo que termina. México: PUEG-UNAM.

 

Hinojosa, Claudia. 2002. “Gritos y susurros. Una historia sobre la presencia pública de las feministas lesbianas”. En Griselda Gutiérrez Castañeda (coord.). Feminismo en México. Revisión histórico crítica del siglo que termina. México: PUEG-UNAM.

 

Jeffreys, Sheila. 1996. La herejía lesbiana. Una perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana. Madrid: Cátedra.

 

Mogrovejo Aquise, Norma. 2006. ¿Literatura lésbica o lesboerotismo?, ponencia presentada en las conferencias Mujeres y fronteras en la literatura. Transgrediendo la heterosexualidad, el 21 de febrero en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.

 

Mogrovejo, Norma. 2000. Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. México: CDAHL- Plaza y Valdés.

 

Tuñón, Julia. 2004. Mujeres en México. Recordando una historia. México: Conaculta.

 


[1] Fragmento del discurso presentado el 3 de mayo de 2006 en el Hemiciclo a Juárez, Ciudad de México, en la reunión del delegado Zero con disidentes sexogenéricos adherentes a la sexta declaración de la Selva Lacandona.

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Literatura lesboerótica mexicana

Cronotopos lésbicos en la narrativa mexicana(*)

 

Ma. Elena Olivera Córdova(**)

 

Decidí llamar a este adelanto de mi trabajo cronotopos lésbicos porque tras la lectura de los cuentos y novelas obtenidos hasta ahora, cuyo eje central es la homosexualidad femenina, encontré coincidencias tempoespaciales que considero significativas. Parto de la delimitación de campos significativos sobre tiempo y espacio de la novela Amora  de Rosamaría Roffiel, y señalo algunas similitudes con el resto de las obras, para poder llegar a la conciliación de las categorías de espacio y tiempo en tópicos teñidos por emociones y relaciones sociales que hasta este momento me parece vinculan las obras de tema lésbico revisadas.

El cronotopo, a grandes rasgos, constituye para Bajtin la columna vertebral de cualquier narración. Es el “lugar en que los nudos de la narración se atan y desatan”. Pero simultáneamente se refiere a lo externo de la obra, tiene que ver con la organización del tiempo y del espacio en unidades coherentes que se manifiestan en la vida social; el cronotopo yuxtapone los ordenamientos espaciotemporales que son internos a una obra con los que son externos, contextuales, en una unidad inteligible y concreta. El texto se produce dentro del circuito lógico de la comunicación, conlleva una intención de diálogo con determinado público en un ambiente concreto. La interpretación de los textos no se puede abstraer de lo social y lo cultural en los que está inmerso el autor; el texto es el producto de la lectura, aunque ésta sea ficcionalizada, de su contexto. Es importante, como ya mencioné, considerar que la obra fue escrita en su momento para ciertos lectores,  pero también es fundamental  considerar el horizonte temporal propio a partir del cual se quiere hacer un estudio de los  textos.

El trabajo que presento ahora no cubre la riqueza de posibilidades de análisis descritas, debo insistir en que éstas son las primeras reflexiones, y decir que mi interés en general es estudiar la narrativa mexicana contemporánea de tema lésbico, para conocer (y posteriormente dar a conocer) cómo surge esta literatura, qué expresa  y de qué manera lo hace, porque tras echar una mirada a algunos de estos textos me parece que es una literatura con características y valores propios que pretende mostrar a los lectores, a partir de diversos recursos narrativos, cómo se viven los mundos lésbicos.

La recopilación de materiales no es tarea fácil ya que además de censura moral, censura social (especialmente una importante censura familiar) y censura editorial, existe también autocensura. Varios de estos textos están firmados con pseudónimo, gran parte se encuentra en revistas feministas o lésbicas, y otros están siendo producidos en talleres de cuento, como el del Closet de Sor Juana que en próximas fechas publicará un libro auspiciado por el gobierno del Distrito Federal.(1)

Hasta ahora he logrado reunir algunas novelas, cuentos y relatos formalmente editados y comercializados, la mayor parte la conseguí en la librería El Armario Abierto en donde hay una sección específica para libros dedicados a la homosexualidad femenina (también hay secciones dedicadas a la homosexualidad en general, a la masculina y a los estudios de género, por mencionar algunas). Muchos de estos textos no se pueden adquirir en cualquier otra librería y los que sí, están perdidos entre la literatura general o incluso catalogados dentro de las ciencias sociales. De manera que, para adquirirlos, es necesario conocer de antemano su existencia, saber el título y la autoría de la obra, lo que tampoco garantiza la obtención del texto, me explico: sé que existe una novela llamada Dos mujeres escrita por Sara Levi Calderón, de gran contenido autobiográfico, que relata el amor entre dos jóvenes judías, cuya edición fue comprada por un familiar de la escritora según informes proporcionados en El Armario Abierto para evitar su difusión.

Si bien en un sentido externo las obras, como ya lo mencioné, tienen en común su existencia casi clandestina (es decir, que sólo se consiguen en ciertas librerías, entre ellas las virtuales, que ofrecen el servicio de envío en empaque discreto; y que varias son publicadas por editoriales poco conocidas como Mujeres y Cultura Subterránea, Sentido Contrario y Papeles Privados), también en el fondo y en la forma existen similitudes, entre ellas la reinvención de mitos, los espacios exclusivamente femeninos y lésbicos, la reescritura de los cuentos infantiles, las historias de vida y la iniciación, tópicos recreados frecuentemente con un lenguaje coloquial, con humor y en estructuras narrativas sencillas.

El material obtenido hasta este momento(2) consta de dos novelas: Amora de Rosa María Roffiel, considerada la primera novela lésbica y publicada por primera vez en 1989 por la Editorial Planeta, y Sandra. Secreto de amor publicada en 2001 por Plaza y Valdés, de Reyna Barrera; dos libros de cuentos: Con fugitivo paso… de Victoria Enríquez editado en 1997 (edición de la autora), y El para siempre dura una noche, de Rosa María Roffiel, cuya primera edición es de 2001 y la segunda de 2002, y una selección de relatos publicados en un libro que compila poesía y narrativa bajo el título de El callejón de las vírgenes de Safo de Susana Quiróz e Inés Morales publicado en 2002. Considero además seis cuentos de tema lésbico “sueltos”, uno fue escrito por Ana Lourdes Abad en el taller del Closet de Sor Juana, otro por Anaibsel, publicado en Lesvoz y “Las dulces”, contenido en Muros de azogue, de Beatriz Espejo.

Tomaré como eje central de mi exposición Amora de Rosamaría Roffiel, por ser el texto con el que estoy más familiarizada, además de ser considerado la primera novela lésbica en Latinoamérica, para a partir de él señalar algunos de los elementos que lo relacionan con las demás obras.

Amora relata parte de la vida de Guadalupe, personaje central y narradora de la historia. Es veracruzana, tiene 28 años, periodista autodidacta, intelectual de izquierda, comprometida con el feminismo y con la lucha por la justicia para las mujeres violadas. A decir de la propia Rosamaría Roffiel en los agradecimientos, la historia tiene un gran contenido autobiográfico, casi todas las “personajas” existen  y casi todo ocurrió realmente, la novela es la estructura en la que se narra a partir de una cierta organización y ficcionalización, diversas etapas de la vida de la autora.

Esta autoreferencialidad también se percibe en Sandra, novela de Reyna Barrera, que cuenta el enamoramiento entre Eurídice (quien es la protagonista) y Sandra, en el marco de un Festival Cervantino en la ciudad de Guanajuato en el que se reúne un grupo de amigos dedicados a diferentes actividades culturales. Estructura no lineal que se entrelaza con otra de igual importancia cuyo centro es el suicidio de Luis, amigo homosexual enfermo de sida. Sandra es personaje recurrente también en los poemas del Lunario, de la misma autora.

 La novela Amora está delimitada temporalmente por la relación amorosa entre Guadalupe y Claudia: se conocen, se enamoran, rompen y hay una posible reconciliación, sugerida por un final abierto.

Esta estructura central fluye linealmente, y en ella se entretejen las otras historias: la personal, su vida en familia, la adquisición de su independencia, su iniciación en el mundo lésbico, su trabajo como periodista, su labor en el Grupo de Ayuda a Personas Violadas, su incursión en el feminismo, y las semblanzas del grupo de amigas.

La acción se sitúa históricamente a partir de las preocupaciones de Vica (una de las compañeras del Grupo de Ayuda a Personas Violadas), que son: la posible invasión de Nicaragua, la huelga de los trabajadores de la Pascual y el caso de Elvira Luz Cruz. Y se desarrolla espacialmente en el D. F., del cual la autora da constantes referencias a lugares específicos como la colonia Condesa, El Parque México, la colonia Nápoles, Sanborn’s de Polanco y el de los Azulejos, rutas de autobuses Roma-Mérida y Mariscal-Sucre, la casa de Marta Lamas, el Metro Chapultepec, el Museo Nacional de Arte, y sólo menciona su paso por lugares marginales al referirse a la Delegación de La Perla en Ciudad Nezahualcóyotl, en donde se atendió el caso de un maestro de primaria que abusaba de sus alumnas.

El espacio urbano está presente en gran parte de los cuentos y en las dos novelas analizadas: Amora, Sandra, “Las dulces” de Beatriz Espejo, varios de los cuentos de Victoria Enríquez , los de El callejón de las vírgenes de Safo y los de Anaibsel. De entre éstos los textos de Roffiel, Barrera,  Espejo y Anaibsel se desarrollan en ambientes de nivel socio cultural medio y alto. Cabe destacar que, a excepción de dos cuentos “míticos” de Victoria Enríquez,  todas las historias tienen lugar en México.

El espacio citadino de Amora hace referencia de manera muy particular al departamento compartido por Guadalupe, Mariana y Citlali, el cual, así como la historia está delimitada por la relación amorosa, es el centro de configuración de una comunidad de mujeres, y centro de reflexiones en torno a sus vidas, es el lugar en donde se vinculan todas las historias, el territorio íntimo y de complicidad donde las amigas cuentan sus logros o sus desventuras:

 

Entro corriendo al departamento. Citlali, Mariana y Norma juegan Backgammon.

¾¡Muchachas, compañeras, amigas! Les tengo una sorpresa. ¡Me le declaré a Claudia, me dijo que sí y nos dimos nuestros primeros besos de lengüita!

Las tres voltean boquiabiertas.

¾ ¡Ya era hora!

¾ Lenta pero segura…

¾ ¿Y ya cortó a sus galanes?

¾ ¡Coño, Norma! Eres capaz de aguarle la fiesta al más puesto. No, no ha cortado a sus galanes. Vamos a llevar una relación abierta. Claudia no cree en la monogamia.

¾ ¿Pues dónde se supone que vive, en alguna isla de los Mares del Sur, o en la Galaxia X-64?

¾ Aquí en el D.F. Para tu información, ya hay muchas parejas que llevan relaciones así.

¾ ¡Pues a mí mis timbres! Yo soy provinciana. Nací en Chupícuaro, Michoacán, y me educaron para amar de una en una.

¾ Será de uno en uno.

¾ En efecto, pero luego me compuse.

 

Este departamento compartido tiene un sentido muy importante. Por una parte contrasta con la casa de los padres de Claudia, espacios que sirven a la autora para contraponer, también, posiciones político-sociales, feministas y antifeministas, y por otra parte es el espacio en donde se configura la comunidad femenina.

Dicho concepto de comunidad femenina es el eje en torno al que se entretejen varias historias de tema lésbico. En la mayoría de los cuentos sólo hay dos o tres personajes y éstos son femeninos. Llama la atención que en Amora los personajes femeninos (homosexuales y heterosexuales) configuran todas las historias de la novela, y participan o se menciona de alguna manera a 19 mujeres; los personajes masculinos sólo son circunstanciales, se hace referencia a ellos como la pareja de…, el novio de… , el papá de…, o al hablar de cómo son los hombres, o de los violadores, etcétera.

Victoria Enríquez tiene dos cuentos en que se recrea, en otro sentido, esa comunidad femenina, el primero es “El día en que se quedaron mudas las estrellas” en el que se relata la historia de la Señora serpiente, diosa del “Único mundo”, quien gobierna a los 400 hijos varones, y de sus cinco hijas las princesas cascabel, albinas, guerreras, guardianas de la Casa de la luna quienes en un rito tras vestir a la señora serpiente con su atuendo de reptil, “ya solas bailarían jubilosas alrededor de su terrorífica madre y se besarían hasta ofrendar su placer” [15]. La Madre de todos anuncia que está preñada, dará a luz un varón quien en su momento le pedirá el reino. Ella se lo niega porque pertenece a Ce Cascabel por derecho de nacimiento y una luna antes de que eso suceda, el hijo varón se alía con los 400 hijos, mata a 4 de las hermanas y persigue a la madre para poder gobernar.

El segundo cuento es “La canción de la luna sobre la barda”, en donde 5 jóvenes disfrazadas de hombres huyen de quienes quieren matarlas, conducidas por sueños y por algunos datos que sus madres les han dado antes de partir. Se conocen en el camino hacia Mitilene de Lesbos. Allí deben buscar a Endamión, un viejo ciego de nacimiento, cuidado en su infancia por aquellas que vivían a las orillas del estanque de Fisos tras la salida a combate de su madre guerrera. Las doncellas de Lesbos pierden la guerra y las antiguas matriarcas son despojadas y aniquiladas por los celos descontrolados de sus propios hijos quienes para evitar el resurgimiento del poder femenino hacen sus propias leyes y borran la historia. Treinta años después Endamión debe conducir a estas jóvenes a donde otras más esperan para reiniciar la lucha.

En estos dos cuentos no sólo se recrea la comunidad femenina, sino también se trastoca un mito fundacional: el del origen de las sociedades patriarcales, no mediante un parricidio, sino a partir del matricidio.

Pareciera haber una necesidad de recontar las historias para tener un espacio en ellas. Así, también hay un interés particular en la manera en que los niños puedan percibir el lesbianismo de sus madres o de sus tías. Guadalupe, personaje de Amora, se enfrenta a la pregunta de su sobrina Mercedes: Oye, tía, ¿y cómo son las lesbianas? En un sentido más fantástico este mismo interés se manifiesta en dos historias configuradas como cuentos de hadas: “Quieres que te lo cuente otra vez” de Rosamaría Roffiel y “A una princesa Rosa” de Ana Lourdes Abad.

Por último me quiero referir  a un elemento, que parece ser preocupación en común de las autoras: el momento del descubrimiento y  el de la iniciación, que no necesariamente son el mismo. Este tópico se trata en Amora, en Sandra, en “La revelación” y “Cuestión de destino” de Rosamaría Roffiel, en “A una princesa Rosa” de Ana Lourdes Abad, “De un pestañazo” de Victoria Enríquez  y “Las dulces” de Beatriz Espejo.

Un cronotopo más que no se encuentra en Amora, es el del ligue y la vida homosexual en los antros. El tema es tratado en “No gracias, mi amor”, “Dios dirá, ambos de Enríquez.

Aquí sólo he hablado de algunos tópicos que me parece guardan en común los textos recopilados hasta este momento. Pero existen otros que sólo alguna de las obras trata, por ejemplo Rosamaría Roffiel reflexiona en torno al espacio que ha ocupado la homosexualidad femenina dentro del feminismo, o Reyna Barrera incursiona en el tema de la homosexualidad y la cultura. De cualquier manera éste es sólo un adelanto de un trabajo que tendrá que considerar no sólo las reflexiones que aquí he explicitado, sino además el entorno en el que surge la narrativa de tema lésbico, cómo se ha desarrollado, y cuáles son las características generales que la determinan.

 

Comentarios a  la exposición

 

Martha Patricia Castañeda Salgado

 

Le agradezco a Ma. Elena la deferencia de invitarme, aunque creo que no hizo la decisión más atinada porque evidentemente el análisis y la crítica  literaria no son mi especialidad y en ese sentido me hubiera gustado mucho contribuir con alguna observación a los intereses que Ma. Elena nos está expresando en su ponencia, pero solamente puedo hacerlo desde el punto de vista socioantropológico, si me permites, por ahí será que entraré.

En la ponencia, como hemos escuchado, se presenta una primera identificación de elementos significativos en la narrativa lésbica; vale la pena, considero, adoptar un punto de referencia que se centre en la especificidad de las mujeres lesbianas, en tanto que sujetas en cuya experiencia se basa esta forma particular de creación literaria. En este sentido hay varias posibilidades de análisis, de las cuales subrayaré la que se deriva de la mirada feminista por considerar que lo que está en el centro de la exposición es la condición de género de las mujeres lesbianas; así, perfilo algunas observaciones y sugerencias.

En cuanto a las observaciones, considero que sería necesario hacer un ordenamiento explícito de los distintos tópicos que tocas en el texto en relación con la obtención de los textos, la producción, la distribución, el contenido, el género literario, etc. Aunque en la lectura quedan claros, siempre es bueno introducir un eje conductor de la discusión. Luego, incursionar en la reflexión respecto al ámbito de la discusión teórica y las posibilidades de análisis que brinda el feminismo, por una razón básica: como la misma autora menciona, en más de una de las obras recopiladas las protagonistas incursionan en él, si pensamos en términos de la construcción de las intersubjetividades nos encontramos, al menos, ante tres sujetas de género: las autoras de la narrativa lésbica, las protagonistas y la investigadora misma (o sea usted). Las dos primeras están claramente marcadas por el feminismo, circunstancia que no puede ser soslayada por la investif¡gadora, pues es precisamente desde ahí que las escritoras y sus personajes se constituyen a sí mismas; por otra parte, abren la posibilidad también de ponderar otras corrientes teórico-políticas de referencia como son la diversidad sexual o el lesbianismo político, por mencionar sólo dos de ellas. En otra observación, considero interesante hacer una inversión más profunda en las posibilidades y las implicaciones de la categoría de análisis adoptada, no sólo para la hermenéutica de las obras, pues también las condiciones en que son editadas y comercializadas, los lugares en que se venden, las secciones en que son ubicadas dentro de las librerías y demás pormenores que ofrece Ma. Elena, hacen parte de esta situación vital que define lo que ella llama el cronotopo lésbico, en otras palabras: hay un conjunto de términos, conceptos y categorías políticas, relaciones y prácticas que deberán ser identificadas como parte del contenido del cronotopo, no solamente el tiempo y el espacio, ejemplos de ello son: exclusión, ocultamiento, invisibilización, vindicación, identidad adquirida, lugar y no lugar, simulación, erotismos, solidaridad, la censura misma. El concepto de comunidad femenina, por ejemplo, es central y considero que debe ser uno de los elementos a profundizar, puesto que ha sido recurrente en las consideraciones teóricas y políticas de las autoras lesbianas desde la década de los setenta, desde la segunda ola del feminismo, con diversas acepciones, en distintas latitudes y con distintas intencionalidades, pero habría que retomarlo, definirlo y ubicarlo dentro del contexto del cronotopo lésbico.

Dentro de las sugerencias, considero que sería interesante inscribir la narrativa dentro, no sé si se pueda hablar o no de una tradición de literatura lésbica, pero por lo menos sí dentro de esta corriente que incluya además la poesía. En ese sentido me parece que la poesía lésbica ha sido publicada con anterioridad a la narrativa; recuerdo, por ejemplo, los poemas publicados en Fem de la misma Rosamaría Roffiel y otras autoras, que son publicados a finales de los setenta, principios de los ochenta, entonces quizá valdría la pena introducir ese contexto. Y contextualizar también lo que es esta nueva ola de la literatura femenina desde los ochenta en adelante, que hay una vindicación del ser femenino y una centralidad en los sujetos femeninos en la narrativa también. Luego, no tengo claro desde dónde quieres entrar al análisis, si desde el análisis literario en sentido estricto o desde el análisis sociológico literario, me quedó un poco la duda. Sugiero revisar la definición socioantropológica de cronotopo genérico de Teresa del Valle y me permití traer la definición que ella elabora al respecto.

Para Teresa del Valle, el concepto de cronotopo genérico se refiere, y cito textualmente: “a los puntos donde el tiempo y el espacio imbuidos de género aparecen en una convergencia dinámica. Como nexos poderosos cargados de reflexividad y emociones, pueden reconocerse con base en las características siguientes: actúan de síntesis de significados más amplios; son catárticos, catalizadores; condensan creatividad y están sujetos a modificaciones y reinterpretaciones continuas. Son enclaves temporales con actividades y significados complejos en los que se negocian identidades, donde pueden estar en conflicto nuevas interpretaciones de acciones, símbolos creadores de desigualdad. Puede negociarse la desigualdad y/o reafirmarse, expresarse. Lo mismo que puede ser objeto del mismo proceso la igualdad. En muchos casos son los espacio-tiempos donde se observan las fisuras incipientes de lo que más tarde puede erigirse en un cambio manifiesto.

Por otra parte también propongo retomar la discusión relativa a la existencia o no de una cultura lésbica, para eso se me hace relevante revisar la obra de Ángela Alfarache Identidades lésbicas y cultura feminista; otro referente importante es la obra de Dolores Juliano, El juego de las astucias, en la cual la autora argumenta que debido a la situación estructural de subordinación en la que vivimos, las mujeres hemos producido una subcultura femenina que a su vez se va adjetivando en términos de la situación específica de grupos particulares de mujeres, y me atrevería a proponer estas dos autoras porque plantean opciones distintas, una habla plenamente de una cultura lésbica y la otra habla de una subcultura de mujeres dentro de la cual la cultura lésbica haría una especificidad.

Y por último, para la interpretación de los cuentos de Victoria Enríquez, celebro que retome su interés por desmontar las interpretaciones freudianas relativas al parricidio, convendría entonces revisar algunas de las explicaciones feministas que se centran en el matricidio y el reemplazo de las deidades y símbolos femeninos por los masculinos, tal como lo plantean autoras como Riane Eisler en El cáliz y la espada, por citar sólo alguno.

 

Notas

 

· Dejé este artículo casi tal cual se presentó en las Jornadas Anuales de Investigación del CEIICH, no obstante los enriquecedores comentarios de Patricia Castañeda, coordinadora del Programa de Investigación Feminista, los cuales agradezco mucho y anexo al final de este artículo, y pese a que he encontrado nuevos textos de tema lésbico y más información al respecto, ya que prefiero retomarlos en una siguiente exposición.

 

·· Licenciada en Ciencias de la Comunicación, con estudios de maestría en Literatura Mexicana. Adscrita al Programa de Investigación Ciencias Sociales y Literatura.

 

(1) Poco después de esta exposición,  este libro fue publicado con un tiraje de 100 ejemplares con ISBN “en trámite”, lo que anunciaría una publicación formal con un tiraje mayor, aunque esto no ha podido ser confirmado por las autoras.

 

(2) Este adelanto fue presentado el 12 de agosto de 2004.

 

 

Referencias

 

Abad, Ana Lourdes. “A una princesa rosa”. En Voces, sueños y musas. Antología lésbica. México: Inmujer-DF/El Clóset de Sor Juana.

 

Anaibsel. 2001. Sin Tttulo, En Lesvoz, octubre-noviembre, núm. 22. México.

 

Barrera, Reyna. 2001. Sandra. Secreto de amor. México: Plaza y Valdés.

 

Enríquez, Victoria.1997. Con fugitivo paso… Chilpancingo, Guerrero: S/Ed.

 

Espejo, Beatriz. 1986. “Las dulces”. En Muros de azogue. México: Diógenes, SEP (Lecturas Mexicanas Segunda Serie, 40).

 

Bajtín, Mijail. 1981. “Forms of Time and the Chronotope in the Novel”. En The Dialogical Imagination. Four Essays by M. M. Bakhtin. Austin: University of Texas Press. 84-258.

 

Quiróz, Susana e Inés Morales. 2002. El callejón de las vírgenes de Safo. México: Mujeres y Cultura Subterránea.

 

Roffiel, Rosamaría. 1990 [1989]. Amora. Primera reimpresión. México: Planeta. [La obra fue publicada también por  Horas y Horas, en Madrid y por Sentido Contrario, en México]

 

________. 2002. El para siempre dura una noche. México: Sentido Contrario.

 

Trejo Fuentes, Ignacio. 2001. “Rosamaría Roffiel: Amora”. En Tema y variaciones de literatura, núm. 17, Literatura Gay. México: UAM- Azcapotzalco

 

Referencias en los comentarios

 

Alfarache Lorenzo, Ángela. 2003. Identidades lésbicas y cultura feminista. Una investigación antropológica. México: CEIICH, UNAM- Plaza y Valdés.

 

Del Valle, Teresa. 1999. "Procesos de la memoria:Cronotopos genéricos", en La ventana. Revista de estudios de género, núm 9, U de G.

 

Eisler, Riane. 1990. El cáliz y la espada. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.

 

Juliano, Dolores. 1992. El juego de las astucias. Madrid: Horas y Horas.

 

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